Es una modalidad educativa que existe en el país desde 1999. Son 56 las escuelas que funcionan dentro de hospitales y clínicas, atendiendo una matrícula mensual que va entre los 2.000 a 2.500 alumnos diarios y alcanzando los 25.000 escolares al año que por enfermedades o tratamientos no pueden asistir a escuelas tradicionales. Estos establecimientos imparten educación en cuatro modalidades: atención en pieza o cama de hospitalización; en aulas dentro de los hospitales para los estudiantes que se pueden levantar; en las casas de los niños que permanecen en tratamientos fuera del hospital y no pueden concurrir al aula; y, finalmente, con atención remota a través de tecnologías como WhatsApp, Meet o Google Classroom que han sido fuertemente implementadas en pandemia, la que impactó duramente a estos establecimientos. En ese escenario, la plataforma Tenemos que hablar de educación, impulsada por Acción Colectiva por la Educación -red integrada por más de 20 organizaciones educativas– busca definir los desafíos y propuestas en las comunidades educativas de todo el país de cara a las posibles reformas que vendrían de la mano de la nueva Constitución. Uno de los encuentros autoconvocados organizados por “Tenemos que Hablar de Educación” fue el que reunió a las escuelas hospitalarias que hay desde Arica a Magallanes, donde coordinadores técnicos, profesores, y fundaciones ligadas a este tipo de educación se reunieron para intercambiar formas de enfrentar la crisis. ”A través de la educación hospitalaria, no sólo impartimos conocimientos académicos, nuestra labor tiene un rol mucho más integral de acompañamiento a los estudiantes, de distracción, sociabilización, generación de lazos y apertura cultural, entre otros”, dice Camila Scarabello, directora de la Fundación Inclusiva, organización especializada en la gestión de Aulas Hospitalarias. “Ellos permanecen mucho tiempo solos, centrados en sus tratamientos y dificultades, y el aula hospitalaria les entrega esperanza, otra perspectiva de vida, desafíos y objetivos por cumplir, algo que tiene directa relación en levantar su ánimo y aumentar las posibilidades de recuperación”, agrega. Los docentes ligados a este tipo de educación concuerdan en que la clave de su futuro está en que se les reconozca como un tipo diferente de establecimientos y se les asegure un apoyo económico que garantice su subsistencia. Para Scarabello es fundamental que estas aulas tengan un currículum diferente y especializado que reconozca las particularidades de la educación hospitalaria, y que se les brinde más apoyo para realizar su trabajo. “El mayor obstáculo para aumentar el número de aulas y asegurar la educación es que no se reconocen las particularidades que tiene la educación hospitalaria y que la diferencia de todas las demás modalidades existentes”, dice. Al respecto, Marianela Ferreira, directora académica de Fundación Carolina Labra Riquelme -la que agrupa a 10 escuelas hospitalarias de la Región Metropolitana y Valparaíso-, cree que la clave está en que la pedagogía hospitalaria sea reconocida como una modalidad educativa, tal como lo son la educación básica, la diferencial y la rural. “Hacemos lo mismo que cualquier colegio regular, pero sin todo el equipo y apoyo que tienen ellos. Se debe hacer un programa específico para cada niño, trabajando con distintas modalidades al mismo tiempo”, explica, y cuenta que en un aula hospitalaria un profesor atiende a 10 niños con patologías diferentes cada uno. “El desafío de las escuelas hospitalarias implica esfuerzos para conseguir más recursos y más docentes”, opina Ferreira. Tres profesores de aulas en distintos puntos del país -Punta Arenas, Ancud y Santiago- cuentan cómo vivieron el 2020 en su trabajo: una escuela hospitalaria.
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