Algunos países han comenzado a reabrir las escuelas o a diseñar las formas en que reabrirán. Dentro de ellos, la primera consideración es la seguridad sanitaria (trazabilidad de casos, infraestructura, distanciamiento físico, medidas de higiene, entre otras), para luego pensar en la modalidad de las clases. El escenario en nuestro país es similar, tanto la autoridad como las organizaciones de la sociedad civil han comenzado a plantear cuál es el mejor momento para volver a la presencialidad o la semi presencialidad.
Como Acción Colectiva por la Educación -alianza integrada por 20 organizaciones de la sociedad civil comprometidas con una educación de calidad, equitativa e inclusiva- nos encontramos tomando el pulso de lo que sucede en las comunidades escolares. Si bien reconocemos las consecuencias negativas de la ausencia de clases presenciales, es indudable que los factores sanitarios se encuentran al principio de la lista de aquello que debe cumplirse para un retorno efectivo.
Para esto, creemos que el retorno debe ser seguro, gradual y voluntario, en el marco de las definiciones que ha dado la autoridad en la materia. En primer lugar, un retorno seguro -en términos sanitarios- permitirá a las familias confiar y enviar a sus hijos e hijas de forma regular, dándole continuidad al proceso escolar. En segundo lugar, debe ser gradual, considerando la incorporación de grupos de estudiantes que definamos como país, sean de mayor urgencia. Por ejemplo, estudiantes de 3° y 4° año de educación media, que se encuentran en la fase final de la trayectoria escolar y que, además, pueden cumplir de mejor forma las normas de distanciamiento e higiene.
En tercer lugar, el regreso debe ser voluntario. Es este el aspecto que nos parece más relevante ya que permite a los equipos directivos, de docentes y sostenedores, liderar este proceso, tras analizar el contexto, las necesidades urgentes de las familias y cuidadores y los requerimientos sobre el aprendizaje. Para lo anterior es fundamental contar con orientaciones sobre cómo establecer un retorno flexible, es decir, con y sin interrupciones, con modelos de clases “híbridos” (a distancia y presencial) y que favorezca la inclusión de todas y todos los estudiantes. Del mismo modo, es central otorgar certezas sobre la seguridad financiera de establecimientos, los tiempos de planificación y la flexibilidad para decidir, por ejemplo, la promoción del estudiantado.
Vemos en el eventual retorno, la oportunidad de desplegar las competencias que el liderazgo escolar exige, valorando el rol de los equipos educativos en la gestión de la crisis y de este modo incidir localmente para alcanzar, en el contexto de la pandemia, un proceso de mejoramiento que los involucre e incentive a avanzar en conjunto.
Por Alejandra Arratia, directora ejecutiva de Fundación Educación 2020.
Marco Ávila, jefe de proyectos Mejoramiento Educativo de Fundación Chile.