Por Eugenio Severín, Director Ejecutivo de Tu Clase, Tu País.
El paradigma industrial de la educación está agotado. No solo porque, después de décadas de aplicación, no ha logrado desarrollar los aprendizajes esenciales en la enorme mayoría de los estudiantes, ni siquiera medidos en las propias pruebas estandarizadas que se han dado, sino porque, además y especialmente después de la pandemia, surge claramente la expectativa de que la escuela sea un espacio para el desarrollo humano integral de niñas, niños y jóvenes, y no solo una fábrica lineal de repetidores de contenidos.
La escuela como un espacio amable y acogedor, que provea cuidado y protección a todos los miembros de la comunidad, que reconozca a cada uno desde su diversidad y les provea la oportunidad de expresión y desarrollo de su potencial, surge como una necesidad urgente si queremos que la escuela sea también anticipo de la sociedad amable y acogedora que queremos construir.
Lo anterior pasa por reconocer que la escuela tiene un papel en acompañar a los estudiantes en su proceso de crecimiento, de fortalecimiento de la conciencia y construcción de su identidad. En alianza estrecha con las familias, la escuela es el espacio privilegiado para ese constructo donde los pares y maestros son esenciales.
También implica que la escuela sea espacio de encuentro y colaboración, de reflexión crítica, de respeto y cuidado de los demás y del entorno. Para eso, debe proveer oportunidades para la cooperación y vínculo con el contexto local y global, que devuelva a los estudiantes la agencia para ser actores que hacen el mundo mejor.
Y eso implica despertar también en ellos la curiosidad, las habilidades para aprender a lo largo de toda la vida y así resolver los desafíos que enfrentan hoy y enfrentarán mañana.
Una escuela que se cuida, que cuida a sus miembros, que cuida el mundo, es el reflejo y la esperanza de una sociedad que cuida a sus ciudadanos, la convivencia democrática y la justicia para un desarrollo sustentable auténticamente humano.
Si esto no es parte de nuestro trabajo como educadores y enamorados de la educación, y nos quedamos atrapados en la discusión de las condiciones, las normas, los procedimientos y los estándares, habremos fallado estrepitosamente.